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‘La última tentación de Cristo’– El lado humano de Dios

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Vamos a dejar las cosas claras antes de empezar: No creo en Dios. Al igual que dijo cierto científico, la primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto, la fe. No creo que podamos vivir en un mundo regido por la lógica y la ciencia (que no es otra cosa que la observación del mundo que nos rodea y el descubrimiento de cómo funciona y qué leyes naturales lo rigen), y podamos saltarnos todo lo que sabemos en cuanto se menciona a la religión. La fe es peligrosa porque convierte en una virtud el no pensar, el no necesitar saber, en obedecer ciegamente lo que otros nos dicen, y en cuestiones como la que nos atañen, parece que la gente es capaz de tragarse las mentiras más ridículas. Además, dioses hay muchos, pero parece que sólo unos pocos tienen el honor de ser considerados canónicos a la hora de explorar las emociones humanas y temas tan trascendentales como el amor, el sufrimiento o la muerte.

Entendiendo esto, que Jesucristo es un personaje con una probable base histórica y que la religión cristiana no es sino una deformación más de ideas, costumbres y rituales que surgen de las mezclas entre pueblos y culturas a lo largo de los siglos, se considera que Dios (con mayúscula), creó a su hijo a través de una mujer inseminada por su obra y gracia para ser sacrificado en nombre de toda la humanidad. De las razones de esta supuesta obra divina podríamos hablar durante un buen rato, pero este no es el lugar. Quedémonos sólo con que Dios es un personaje inaccesible y etéreo, mientras que Jesucristo, como un héroe más de la mitología clásica, tiene una gran esencia humana. Es un ser de carne y hueso que creía haber sido enviado al mundo para cumplir una misión peligrosa y desagradable, y que se pasó la vida entera dudando entre cumplir con su cometido o renunciar a él y vivir como un hombre corriente.

En otras palabras: Jesucristo es carne de ficción, y uno de los ejemplos más interesantes de hasta dónde se puede llegar con él es la película de Martin Scorsese, La Última Tentación de Cristo.

1988 Jesús Dafoe 1988

Scorsese llevaba mucho tiempo intentando adaptar el libro en el que se basa la película, una exploración más humana sobre Jesucristo que el enfoque divino que normalmente se le da. Cuando por fin pudo realizarla a principios de los noventa, un gran número de creyentes se le lanzó al cuello, incluyendo el propio Papa Juan Pablo II que la consideró directamente “sacrílega”. Lo cierto es que tenía curiosidad por ella, pero no es una película muy fácil de ver. No es sencilla ni ligera, y desde luego, no apta para católicos. Pero aun así, es una película con un gran componente espiritual, en el que vemos que Jesucristo es un hombre conocedor de su destino, pero renuente a enfrentarse a él. Gran parte de los dos primeros tercios de la película no se diferencian mucho de La Pasión de Cristo de Mel Gibson, puesto que se basa en la recreación de pasajes famosos de la Biblia. La elección de los discípulos, su relación con la madre de todas las prostitutas, el incidente con los recaudadores de impuestos del templo… El estilo escueto de Scorsese, que no tenía dinero o tal vez interés en recrear con gran detalle y hasta romanticismo escenarios, vestidos o atender a aspectos más técnicos, nos muestra una versión seca y dura de la vida del nazareno, que añade algunos elementos de ficción como la interesante relación entre Judas y Jesús. No se muestra todo aquello de que fue él quien le traicionó, sino que le presenta como la base más sólida en la que él se apoyaba, un hombre directo que siempre ha sido un talón de Aquiles para los creyentes, puesto que Judas parecía en ocasiones alguien castigado desproporcionadamente por cumplir el papel que le habían asignado, otro de esos recursos con los que la lógica hace que todo tipo de creencias divinas caiga por su propio peso.

Pero eso no es lo que hace esta película interesante. En realidad, es aburrida, y ni siquiera pequeños cameos como el de David Bowie aportan nada interesante, ya que de hecho, es más relevante su presencia que el papel de Pilatos que interpreta. Lo que hizo que a la gente le salieran sarpullidos es el tercio final, cuando Jesucristo es llevado a la Cruz portando sólo el travesaño (ni siquiera Gibson pudo evitar caer en el tópico de la cruz entera), y colgado para morir en presencia de sus enemigos. Es entonces cuando se le aparece un ángel que le tiende la mano y le da la oportunidad de pasar esa “copa” tan desagradable: le da la opción de bajarse de allí, de abandonar su camino de sufrimiento, de no tener por qué cargar con las culpas o el sufrimiento de aquellos que le desprecian. Le da la opción de ser libre, marcharse y vivir su vida como un hombre corriente, feliz en su insignificancia.

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Scorsese sacudió los cimientos de la mitología al mostrarnos al hijo de Dios bajándose de la cruz, abrazando su lado humano y regodeándose en los placeres carnales. Se casa con Maria Magdalena, tiene hijos, envejece y es feliz. Pero eso tiene una trampa, y es que con el paso del tiempo crece en él el sentimiento de culpa por haber sido un cobarde. Poco a poco, todo lo que ama le es arrebatado, y ni siquiera sus discípulos, envejecidos y cansados, se lo perdonan. Es muy curioso que recuperen a Judas, su máximo acusador, que es quien le hace darse cuenta de que ha estado huyendo de su responsabilidad, de lo que sólo él podía hacer. No hay que pensar sólo en Jesucristo. Él es un personaje que resume (en la ficción) todas las características de un hombre: Pasión, emoción, duda, sentimientos, amor, miedo… y un atisbo de grandeza, como todos los hombres y mujeres son capaces de mostrar. Es una metáfora de nosotros mismos, y la película es una representación de nuestros miedos y debates internos.

Jesucristo tiene que decidir si merece la pena luchar y sufrir por una causa, o hacer oídos sordos a ella, vivir su vida y aceptar que aquí estamos de paso mientras disfrutamos y apartamos la mirada de nuestro propio final. Son ideas que poco o nada tienen que ver con Dios, pero sí con nuestra propia divinidad, con lo que nos hace únicos especiales. Si hay algo que te importa, que te quema por dentro y te golpea de la misma forma que a Jesucristo la certeza de que tiene que cumplir con su misión, debes aceptarla, debes seguir adelante por muy duro que parezca, o algún día te encontrarás en tu cama, viejo y débil, dándote cuenta de que has desperdiciado tu única oportunidad. De que has fracasado.

Es entonces cuando Jesucristo quiere redimirse, quiere cumplir, decide aceptar su destino, y cortamos de nuevo a la cruz donde yace justo a punto de morir. La película juega con una interpretación abierta que no nos aclara si Dios le ha dado otra oportunidad o si sólo ha sido una ilusión en la mente de un hombre que está agotado y clavado en la cruz. Poco importa. En realidad, lo que debería preocuparnos es la enseñanza de la vida de este Mesías humano, que nos anima a preguntarnos si hay algo que estemos evitando por nuestro miedo a luchar por ello, o por lo que podamos sufrir mientras lo intentemos.

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Para leer la ficha pulsa aquí. 



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